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La Esposa del Ruso by Bella Hayes

Capítulo 2
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Capítulo 2

Jelena entró en la galería de arte donde se suponía que estaría Mikhail. Las dos semanas de plazo

que le había dado su padre casi habían terminado, pero le había costado mucho encontrar el sitio

perfecto. El detective que contrató para seguir los pasos de su prometido e investigar sus próximos

compromisos sociales, también le consiguió la entrada para esa exposición. Al bajar del taxi las

piernas le temblaban de los nervios, subió la pequeña escalinata cubierta por alfombra roja y entró a la

galería detrás de un grupo numeroso. La estancia resplandecía con las luces brillantes y la

decoración vintage que resaltaba las pinturas que se exponían.

Caminó con cuidado en sus tacones altísimos, estaba empezando su recorrido cuando una leve brisa

le provocó un escalofrío. La tela de su largo vestido negro era muy ligera, su espalda quedaba

totalmente descubierta, atravesada por infinidad de cintas en diagonal que formaban una equis y que

sostenían la prenda desde el hombro hasta las caderas.

Había cortado su larga cabellera castaña clara por encima de sus hombros y se hizo reflejos color

champaña, lo que la hacía ver increíblemente rubia, eso aunado al bronceado que había adquirido en

el campamento, le daba un aire sexy de chica de playa. Su maquillaje era sutil para contrastar con el

rojo oscuro de sus labios y lo atrevido del vestido.

Mientras admiraba los cuadros, un camarero pasó repartiendo champán, tomó una de las copas que

este le ofreció y dio solo un sorbo. Quería obtener un poco de valor de la bebida sin que se viera

nublado su juicio, porque debía mantener la cabeza fría, además, la copa le servía de distracción

mientras se pasea entre la exposición. Supo en el momento exacto en el que Mikhail entró, era como

si algo la alertara de su presencia, giró un poco la cabeza y de reojo lo vio entrar. Tan guapo y

elegante como siempre. Lucía un traje oscuro con una camisa gris claro y la corbata en un tono gris

plomo, sus gemelos y pisacorbata eran plateados, muy discretos y varoniles. Su pelo húmedo

evidenciaba que se acababa de duchar, sin embargo, un rastro de barba endurecía sus facciones

señal inequívoca de que no se había vuelto a afeitar.

Su habitual acompañante estaba de viaje en España y Jelena agradeció su buena suerte. Lo que en

un principio le pareció totalmente a favor de sus planes hoy le había preocupado, ya que se le ocurrió

que, al verse sin pareja, tal vez Mikhail decidiera quedarse en casa.

Debía ser muy sutil a la hora de acercarse a él, no podía apresurarse al abordarlo porque podría

rechazarla. Si lo hacía, no le quedaría más remedio que contactar a Dimitri para exigir que la boda se

celebrase y no quería hacer eso, su orgullo no se lo permitía.

Además, quería que Mikhail se sintiera exactamente como ella, sin opciones, que se viera obligado a

un matrimonio que no deseaba. «Si yo soy infeliz con esta boda, él también debe serlo», pensó con

resentimiento. Una vocecita en su cabeza, a la que obligó a callar, le dijo que ella pudo haber sido muy

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feliz a su lado si no hubiese escuchado a escondidas lo que Mikhail pensaba de ella.

Un hombre que llevaba un rato admirándola, se acercó por detrás y le susurró al oído, sobresaltándola

al sacarla de sus pensamientos.

―Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida.

―Esa es una línea muy usada ―respondió sarcástica tratando de esquivarlo. El hombre se movió

bloqueándole el paso.

―Vamos, eres una linda chica, si estás sola con ese vestido es porque estás buscando un hombre

―señaló el desconocido visiblemente bebido tomándola del brazo.

―Tal vez eso sea cierto, pero le aseguro que no es a usted a quien busco, de hecho, me parece

absolutamente desagradable así que déjeme en paz ―replicó tirando de su brazo.

―¿La está molestando este hombre? ―preguntó Mikhail poniéndose a su lado.

―El señor ya se retiraba ―dijo Jelena levantando la barbilla.

―Sí ―respondió el hombre mirándola de arriba abajo con desprecio―esta tipa es una de esas

feministas frígida y calientapollas.

Mikhail sintió la rabia ascender por su columna y explotar en su cabeza, tomó al hombre por la

chaqueta y lo empujó contra la pared sacándole el aire de los pulmones.

―¡Maldito! ¡Te disculparás con la señorita en este mismo momento! ―ordenó Mikhail mientras

sostenía por el cuello al borracho.

―No hace falta que se disculpe, solo quiero que me deje en paz. ―Jelena trató de impedir el

enfrentamiento, no quería que el incidente trascendiera en la prensa o que alguien los grabara y lo

subiera a las redes, todo debía salir perfecto, nada debía interrumpiera sus planes.

En ese momento, para su buena suerte llegó el personal de seguridad del evento y escoltó al individuo

fuera de las instalaciones de la galería.

Jelena volteó a mirar a su salvador.

―Muchas gracias, señor…

―Mikhail Kuznetsov, pero llámame Mikhail, por favor ―contestó extendiendo su mano.

―Gracias, Mikhail, soy Katia ―dijo Jelena extendiendo su mano con coquetería.

―Mucho gusto, Katia ―respondió sosteniendo aún su mano.

Mikhail no podía quitarle los ojos de encima, era una mujer hermosa, aunque se le hacía un poco

familiar. Sumido en sus pensamientos no se dio cuenta de que aún sostenía la mano de la chica entre

las suyas.

―¿Podrías devolverme mi mano, por favor? ―pidió Katia risueña.

―Perdona. ―Mikhail se disculpó con una sonrisa avergonzada―. Es cierto lo que dijo el hombre, eres

una mujer sumamente hermosa.

―Gracias. ―Fue la suave y ruborizada respuesta de la joven.

―¿Nos conocemos, hermosa Katia?

―No lo creo, Mikhail, estoy segura de que te recordaría si te hubiese conocido con anterioridad

―comentó con una sonrisa provocadora.

Mikhail no podía separar su mirada de la chica, la atracción que sintió por ella lo atravesó como una

flecha. Era hermosa, pero también increíblemente sexy. Quería saber todo sobre ella, llevársela de allí

y hacerla suya. Nunca había sentido algo así por una mujer y, ahora que estaba casi libre de su

compromiso, podía pensar en una nueva relación. ¿Relación? Se preguntó extrañado de que ese

pensamiento se haya colado por su mente. De seguro, la atracción que sentía por ella le tenía nublado

el juicio.

Jelena apuró el resto del champán que aún permanecía en su copa e hizo señas al camarero de que

la retirara. Ahora que estaba a solas con él no sabía qué decirle ni cómo seducirlo. No quería ser muy

directa ya que sentía que podía correr el riesgo de ser rechazada. ¡Maldición! Si al menos lo conociera

para saber lo que le agradaba o no.

―¿Ya viste todos los cuadros? ―preguntó Mikhail en tono casual, al tiempo que le ofrecía su brazo

para empezar a caminar.

―Sí, hay algunos interesantes, pero otros me parecen más de lo mismo.

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―Opino igual que tú, ¿quieres marcharte? Podemos tomar una copa por ahí o cenar, si tienes

hambre.

―Me gustaría una copa y quizás algún bocadillo, nada muy elaborado.

Salieron de la galería y caminaron tomados del brazo hasta el aparcacoches. Mikhail pidió su coche y,

mientras esperaban, le pasó un dedo desde el lóbulo de la oreja hasta la barbilla, en una caricia sutil

que le puso a Jelena las piernas de gelatina. Se miraron a los ojos con intensidad, con hambre. El

trance fue roto con la llegada del vehículo, subieron a este y antes de arrancar, Mikhail la miró.

―¿Quieres ir a un bar o prefieres ir a mi apartamento por esa copa? Te prometo que algo habrá de

comer.

El corazón de Jelena latía apresurado, había llegado el momento. Tenía sus dudas porque las cosas

no estaban saliendo con la frialdad que esperaba, con la que las planeó, se sentía muy caliente y

nerviosa. La mirada del hombre reflejaba hambre, pero no de comida, la deseaba. Armándose de

valor, la joven imitó su acción pasando un dedo desde el interior de la rodilla del hombre subiendo por

el muslo, pero antes de llegar a su ingle retiró su mano, levantó la mirada y la ancló en sus ojos.

―Me encantaría ir a tu casa ―susurró con voz enronquecida.

Mikhail sintió que se endurecía, había pasado mucho tiempo desde la última vez que se llevó a una

mujer a la cama. A partir de la llegada de Benedikt y sus locuras, la prensa había empezado a

perseguirlo. A sus hermanos y a él los llamaban los oligarcas rusos, trataba de ser discreto, pero de

nada había servido. No podía hablar más de diez minutos con una mujer porque publicaban que ya la

había metido en su cama. Eso había restringido mucho sus encuentros.

Estaba comprometido, pero en un principio su prometida era una niña y ahora que había crecido no

quería verlo, por lo que ya había informado a su hermano y al padre de su novia de que rompería el

compromiso si era lo que ella deseaba. Habían pasado casi tres semanas desde que planteó la

situación a su hermano y a Iván Smirnov y no había recibido respuesta de Jelena, ni una m*****a

llamada. Hacía años que ella no le contestaba los mensajes, por lo que se podía considerar un

hombre libre.

No había pensado acostarse con nadie hasta aclarar su situación, pero Katia lo había tentado más allá

de la razón. Cuando vio al hombre molestándola sus instintos protectores salieron a flote y cuando la

tuvo de frente solo podía pensar en que debía ser suya. Era una mujer muy hermosa y él era un tonto

por dejarse deslumbrar. No sabía nada de ella, si era una cazafortunas que iba por su dinero, o una

asesina en serie. La química que surgió entre ellos le jugó una mala pasada, dejándolo indefenso ante

el deseo y la pasión que sintió.